miércoles, 5 de mayo de 2021

Las joyas de mi madre

Mi madre nunca me dejaba tocar su alhajero, no señor, eso era cosa prohibida.


Cada mañana lo sacaba, y, mientras se maquillaba, lo dejaba abierto, como dándose unos segundos de vanidad al apreciar su contenido, para después guardarlo bajo llave y comenzar su jornada.

Desayuno, escuela, mercado, trabajo, comida, tareas conmigo y con mis hermanos, cena y a dormir. Era un ciclo que se repetía sin fin.

Pero ahora ya no está. Me acerco lentamente al mueble deseando por fin ver aquellas joyas, supuesta herencia de la abuela, que debían pasar a mi y a mi hija cuando la tuviera.

Miré el alhajero y suspire, tomé la pequeña tapa y me pregunté  ¿estaba lista?
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Casi había terminado de empacar las cosas de mi madre que quería conservar y separado lo que mandaría al convento del pueblo y seguía sin superar la gran decepción que fue abrir el alhajero. ¿Cómo podía ser que el mayor tesoro de mi madre fuesen un montón de florecillas secas?

Después de abrirlo rebusque frenéticamente en la pequeña cómoda de mi madre, pensando que quizás me había equivocado de cajón y tenía dos alhajeros iguales. Y lo único que había ganado era otro desorden que limpiar.

Cuando ya solo me faltaba sacar su maquillaje encontré un sobre que se veía bastante nuevo, con mi nombre escrito en la hermosa caligrafía de mi madre. Era una carta que al parecer mi madre me dejó antes de morir.

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Querida hija,

Se que me queda poco tiempo. Y quiero que sepas lo mucho que te amo. Pero también quiero contarte el secreto sobre las “joyas” de mi alhajero antes de que sea muy tarde y ya no lo recuerde.

Como sabes, cuando era joven vivía más lejos, con tu abuela en el pueblo siguiente a este. Hacía mucho que mi padre había muerto, vivíamos solas con lo poco que obteníamos de los animales que conservó tu abuela.

Cuando cumplí 18, decidimos vender los animales y mudarnos a la ciudad, buscando que pudiera estudiar algo o al menos, encontrarme un buen marido citadino.

Yo iba diario a un convento a aprender de las monjas cosas como bordado y costura o cocinar platos extraños para cautivar el paladar de algún hombre. Tu abuela limpiaba casas mientras yo salía y por la tarde paseábamos por el zócalo comiendo un helado.

Podría decir que esos son los recuerdos mas felices que tengo con mi madre.

No mucho tiempo después de que llegamos a la ciudad, tu abuela enfermó. La misma enfermedad que ahora me tiene por rehén, apareció y comenzó a mermar su salud lentamente.

Por aquel entonces, ella había comenzado a visitar frecuentemente la parroquia de la colonia, le gustaba platicar con el sacristán, mientras yo salía a pasear con tu padre. Al principio no fue muy de su agrado, no era un muchacho de alta sociedad como esperaba, pero sobra decirte que tenía un gran corazón.

El día después de que nos dieran el diagnóstico, apareció un florero en la casa. Tenia un ramito pequeño lleno de florecitas de muchos colores. Una vez atrapé a tu abuela guardando una de ellas, seca pero aun bonita, en una caja, pero no se me ocurrió hacer mas preguntas.

Tu padre me propuso matrimonio poco después, y fue bastante honesto: no quería que me quedara sola cuando mi madre finalmente nos dejara. No te mentiré, en ese momento no estaba segura de nada.

Paso el tiempo y tu abuela dejo de levantarse, el sacristán y yo estábamos platicando en la cocina, mientras yo empacaba algunas cosas de ella para ir al hospital, y encontré la cajita de las flores. La saqué y le mostré el contenido, esperando que el, en su calidad de mejor amigo, me pudiera explicar que significaba.

El se soltó a llorar.

Me contó que cuando supo de la enfermedad, conmovido por la tristeza de sus ojos, tomó un ramito de flores del jardín y le prometió que, aunque la vida le dió una razón para estar triste, el cada día le daría una razón para sonreír. Le contaba historias, le daba flores, a veces incluso una manzana, su fruta favorita.

Y yo pensando que mi madre era devota, en realidad, estaba enamorada.

Cuando terminó de contarme su breve, pero hermosa historia de amor, mire las flores y decidí casarme con tu padre. Y ahora te lo dejó a tí, junto con esta historia, como recordatorio de que no debes conformarte con menos del cariño que aquellos dos ancianos se tuvieron en el poco tiempo de conocerse.

Te ama,Tu madre.

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